domingo, 27 de octubre de 2013

SALAMAT

Muy buenas!!!

Bueno, a lo tonto a lo tonto llevo ya 10 días en Filipinas y aun no me he parado a daros noticias algo más abundantes que una simple foto en Facebook.

La palabra que encabeza la entrada es como aquí se dice “¡GRACIAS!”  y es lo que brota de mi corazón en estos momentos por todo lo vivido hasta hoy.

He de reconoceros que los primeros dos días fueron bastante duros. El cansancio del interminable viaje, la
diferencia horaria, sentir que todo era nuevo, saberse tan lejos de familia y amigos… solo… Todo esto junto, conformó un mix de sentimientos bastante desagradables que hicieron que todo se viera cuesta arriba.

Gracias a Dios, al día siguiente, fui a conocer al equipo misionero urbano: dos sacerdotes redentoristas y un misionero laico que trabajan en una gran parroquia atendiendo, visitando y formando las más de 100 capillas –pequeñas subcomunidades- que la forman.

Estuve con ellos solamente un día pero pude comprobar el contraste tan grande que existe entre un lado y otro de la misma calle. El lado que sube a la montaña empieza siendo de clase media y, a medida que vas subiendo el nivel del terreno, van subiendo el nivel de las casas hasta ver auténticas mansiones. Sin embargo, si te adentras por las calles del lado que baja hasta el río, el nivel de vida de las personas baja de golpe: callejuelas desordenadas, angostas y de barro te van conduciendo por un sinfín de chozas hasta el límite de ver un simple hueco con una cama y una bombilla. La sensación fue bastante impactante. Después de bendecir una casa, cenar con la familia y celebrar la eucaristía en la capillita de la zona, volvimos a casa.

Fue una experiencia muy breve, yo no hice nada más que estar allí. Todo era en cebuano, por lo que tampoco entendí nada de lo que me decían y la misa la seguí por intuición. A pesar de todo esto, pude sentirme a gusto, acogido por la gente que simplemente te miraba y sonreía, o por los niños que te rodeaban y te cogían la mano.

La siguiente experiencia que he vivido aquí en Filipinas, y las más fuerte hasta ahora, ha sido convivir con los estudiantes redentoristas en Davao, la casa de estudiantado de Asia y Oceanía.

Ha sido una pasada. No solo por el número (30 estudiantes) sino por experimentar -al mismo tiempo- la diversidad de nacionalidades y culturas y la unidad en la Fraternidad como redentoristas. 

Había estudiantes de Filipinas, Indonesia, Tailandia, Vietnam, Sri Lanka, Fidji y Samoa. Desde que llegué allí me acogieron genial. Son muy atentos y muy simpáticos. La verdad es que he pasado una gran semana con ellos. Estaban celebrando el 25º aniversario de la fundación del seminario SATMI (Saint Alphonsus Theological and Misionary Institute), y tenían muchísimo trabajo organizando las distintas actividades programadas para celebrarlo. Son un grupo muy activo y creativo, tienen un grupo de música, hacen coreografías, teatros… hasta hicieron el año pasado un musical sobre San Alfonso.

Después de estos diez días aquí, creo que la clave de estar aquí es observar, escuchar, compartir, abrirme, confiar… En definitiva, aprender, dejarme llenar por estas personas, de sus vidas, de sus historias y de sus culturas.

Dios tiene algo que decirme en esta experiencia, eso lo tengo claro. Poco a poco iré ajustando la frecuencia a ver si soy capaz de escucharle con claridad.

Desde aquí me despido hasta la próxima vez. Gracias por vuestro apoyo y vuestra oración, se nota muchísimo. =D

Salamat!!

Besos y abrazos!!!

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